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de la balística, cuando Wycherley le preguntó si podíamos proceder a un lanzamiento
inmediato con objeto de llevar el segundo cohete al lado del primero-. Sabemos el tiempo
exacto en que fue lanzado el primero; sabemos el período exacto de su revolución orbital
-90 minutos 12,713 segundos-. Eso es todo lo que necesitamos. Tendremos que aplicar
algunas correcciones por las condiciones atmosféricas de por aquí -afectan de diversas
maneras la velocidad inicial-. Pero siempre que no me pida que dé exactamente en el
blanco...
-Lo único que quiero -dijo Wycherley- es su seguridad de que podemos colocar el N° 2
tan cerca de nuestro Nº 1, que solamente se requiera pilotaje para reunirlos. No espero
milagros, pero si quiero su seguridad.
Ferriss comenzó a escabullirse. A cada palabra que pronunciaba sentía que disminuía
la esperanza.
-Seguridad es una palabra muy fuerte -dijo-. Esta técnica es nueva. Tenemos
observaciones reales de solamente dos revoluciones completas; no podemos pretender
una certeza absoluta en nuestros cálculos matemáticos. Podemos especular, eso si. Yo
hace muchos años que vengo especulando, como usted mismo bien sabe, sobre
precisamente este problema, y nuestras observaciones de hoy parecen confirmar que he
estado especulando en direcciones correctas. Pero seguridad, es cosa diferente, no me
será posible dar una seguridad.
Al llegar a aquel momento mi exasperación no podía ya ser dominada. Aquellos dos
hombres, que, supongo, eran en realidad bastante más jóvenes de lo que yo soy ahora,
me parecían estar chocheando de puro viejos. ¿Cómo podía esperarse que yo, a los
veintiún años, me diese cuenta de que un sentido de responsabilidad es un contrapeso
esencial del entusiasmo como el que entonces me consumía?
-Si no puede juntar dos satélites -grité-, ¿para qué sirve todo esto? ¿No es
precisamente para eso para lo que estamos aquí, para colocar satélite tras satélite, y
juntarlos todos? Si no lo puede hacer, Hugh Macpherson ha tirado su vida por pura
exhibición. Y si lo puede hacer, entonces, ¿Por qué no puede mandarme enseguida,
ahora, ahora, antes de que sea demasiado tarde? ¿O bien puede, o no puede? ¿Que es
lo que es?
Entonces Wycherley se volvió ferozmente hacia mí. Wycherley, que en momentos
normales era el más suave y más razonable de los hombres, se volvió hacia mí con ojos
chispeantes que brillaban en una cara blanca y amenazadora.
-¿Y quién te figuras que eres, Downes? ¿Y quién crees que quiere escuchar tus inútiles
opiniones? Cuando se requiera tu opinión, cuando me vea reducido a un estado tan
desesperado de incompetencia que necesite tu opinión, te la pediré. Pero yo de ti no
esperaría que eso ocurriese por ahora, ni este año, ni el próximo. A decir verdad, me
parece que debería decir "nunca". Entre tanto, ¡cierra tu estúpida boca!
-Pero, ¿y Hugh? -grité-. ¿Es que no puede pensar en él, allí arriba, ahora, ahora,
mientras estamos charlando aquí abajo?
-¡No puedo pensar sino precisamente en esto! -me respondió con violencia-. Pero
tengo que pensar con claridad. Yo no me puedo permitir el lujo de pensar
sentimentalmente. En mi situación no puedo permitirme histerismos. Tengo que emplear
mi discreción. Y a mi juicio, Macpherson ha muerto. Y ahora tengo que decidir si voy a
malgastar otra vida -tu vida, Downes- a fin de demostrar que tengo razón.
-Pero es preciso hacer algo -dije, volviéndome para incluir a Ferriss-. Es sencillamente
imposible no hacer nada.
Wycherley también se volvió hacia Ferriss, diciendo:
-Estoy esperando su veredicto. Si puede confirmar que existe una posibilidad
razonable, Ferriss, entonces enviaré a Dawnes. Me parece que está bien claro.
-Opino -dijo Ferriss, sin mirarme- que hay una posibilidad razonable.
CAPITULO 6
Resultaba imposible organizarlo todo con suficiente rapidez para satisfacerme. Tuve
que esperar casi dos horas y media antes de recibir aviso para introducirme en mi caja de
momia. Empleé aquel tiempo en ejercitarme nuevamente en el uso de mis manos
mecánicas, en ajustar los ojos de TV y en adiestrarme en la difícil técnica de detener los
movimientos de mis brazos tan pronto los iniciaba. Ese ejercicio me había parecido
siempre difícil, pero era muy necesario. En aquellos primeros tiempos no había
"ejercitadores de esqueleto" para reproducir condiciones sin gravedad y teníamos que
fiarnos de la imaginación y de la voluntad para producir las reacciones adecuadas. En
aquella ocasión me alegré de tener un ejercicio difícil en que ocupar mi mente y mi cuerpo
de una manera tan inmediata. No podía soportar ni la conversación ni la compañía de mis
amigos, y, sin embargo, en cuanto corrió la voz de que iba a ascender en el Nº 2,
prácticamente todos los de la estación encontraron un pretexto u otro para venirme a ver
personalmente. Pero no quise verles. Tenía que concentrarme para situarme en un
estado mental tal que pudiese ser capaz de enfrentarme con el conjunto de situaciones
físicas y mentales que me esperaban.
En efecto, cuando por fin llegó la hora de entrar en la caja de momia, recuerdo que me
alegré, por cuanto representaba una especie de liberación de todas las distracciones
externas. Una vez que me hubieron asegurado en ella, y que hube probado los ojos,
brazos y manos, y recibido y transmitido mensajes por el intercomunicador, desconecté
todos esos artefactos y me relajé, sumiéndome en un estado de concentración perfecta.
Solamente me di parcialmente cuenta de que me arrastraban y me izaban a la cámara del
cohete. Eso había ocurrido tantas veces en mi imaginación que me dejó completamente
indiferente. No sentía sino una impaciencia desesperada por encontrar el Satélite de Hugh
y arreglar lo que fuese que había marchado mal. No entró en mi mente ninguna otra
emoción. Conectar el intercomunicador y comprobar los diversos instrumentos y controles
no era si no cuestión dc reacciones, fruto de largas horas pasadas en la carlinga
ejercitándome, y que solamente requerían un mínimo de mi atención. Por lo demás, me
sentía a la vez nervioso e impaciente, y no me alivió en nada oír la voz familiar del
Funcionario de Guardia en el Control, que me decía:
-Lo siento, chico. Todo ha ido más fácilmente de lo que esperábamos; de modo que
resulta que te hemos preparado un poco demasiado pronto. Faltan veinte minutos para
que podamos lanzarte. Respirarás una atmósfera decente durante otros dieciocho
minutos antes de que te sellen. Esta larga espera es de lo más desafortunado, pero no
podíamos arriesgarnos a perder el tren. No habrá otro hasta al cabo de otros noventa
minutos; tú ya me entiendes...
Estúpido. Era un individuo a quien nunca había podido soportar. No le podía cortar la
comunicación, no fuese a perder el momento crítico.
-Lo siento, chico -dijo la voz-. ¿Hay alguien en particular a quien quieras hablar?
-Pues, sí. ¡Quieres enviar a buscar al Shaw joven?
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