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Siddharta entró por primera vez todo eso, el amarillo y el azul, el río y el bosque, ya no era la magia
de Mara, ni el velo de Maja; ya no era la multiplicidad inútil y casual del mundo visible y
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Hermann Hesse
Siddharta
despreciable para el brahmán profundo, que desprecia lo múltiple y busca la unidad. Azul, era azul,
río era río, aunque dentro del azul y del río y de Siddharta vivía escondido lo único y lo divino;
precisamente, pues, el carácter y la esencia de lo divino era el ser aquí amarillo, allí azul, allá cielo,
acullá bosque y aquí Siddharta. El sentido y el carácter no estaban detrás de las cosas, estaban
dentro de ellos, dentro de todo.
«¡Qué sordo y torpe he sido! -meditó a paso ligero-. Si alguien lee un escrito para buscarle un
sentido, no desprecia los signos y las letras, ni los llama engaño, casualidad o cáscara inútil; al
contrario, los lee, los estudia, los ama letra por letra. Sin embargo, yo quería leer el libro del mundo
y el de mi propio carácter; sin embargo, he despreciado los signos y las letras en favor de un
sentido imaginado ya de antemano; llamaba al mundo visible un engaño, consideraba mi ojo y mi
lengua como apariencias casuales y sin valor. No, esto ha pasado ya: ahora me he despertado,
realmente he conseguido desvelarme; y hoy, por fin, he nacido.»
Mientras Siddharta reflexionaba así, de nuevo se detuvo, ahora de repente, como si se le hubiera
cruzado una serpiente en el camino.
Y es que de improviso había comprendido también lo siguiente:
él, realmente, era como una persona que se despierta o como un recién nacido, tenía que
comenzar de nuevo su vida desde un principio. Aquella misma mañana, al abandonar el bosque de
Jatavana, el de aquel majestuoso, y empezar a despertarse, a caminar hacia sí mismo, le había
parecido natural su intención de regresar a su tierra y a su casa paterna, después de los años de
ascetismo. Pero ahora, en este momento, cuando se detuvo como si se le hubiera cruzado una
serpiente en el camino, también se despertaron sus sospechas.
«Ya no soy el que fui -se dijo-; ya no soy asceta, ni sacerdote, ni brahmán. ¿Qué haría en casa
de mi padre? ¿Estudiar? ¿Sacrificar? ¿Ejercer el arte de reflexionar? Todo ello ya es pasado, ya no se
halla en mi camino.»
Siddharta estaba inmóvil y, por un momento, su corazón sintió frío; cuando se dio cuenta de lo
solo que se hallaba, sintió en su pecho un escalofrío, como si se tratara de un animal pequeño, un
pájaro o una liebre. Durante años no había tenido casa, y no la había necesitado. Ahora si. Siempre,
incluso en la máxima entrega, había sido el hijo de su padre, había sido brahmán, de elevada casta,
un sacerdote. Ahora, únicamente era Siddharta, el que se había despertado: nada más. Respiró
profundamente y, por un momento, al sentir frío, se estremeció. Nadie estaba tan solo como él. No
existía el noble que no perteneciese a la nobleza, ni el artesano que no formara parte del gremio de
los artesanos y que no encontrara refugio entre ellos, que no participase en su vida y hablase su
idioma. Todos los brahmanes se hallaban entre los brahmanes y vivían con ellos; el asceta, que no
encuentra refugio en la clase de los samanas, e incluso el ermitaño perdido en el bosque, no era un
solitario: también a éste le rodeaba su pertenencia, también compartía con una casta, que era el
suelo patrio. Govinda se había convertido en monje, y mil monjes eran sus hermanos, llevaban su
mismo vestido, tenían su misma fe, hablaban su idioma. ¿Pero él, Siddharta, a qué pertenecía? ¿La
vida de quién compartiría? ¿Qué idioma hablaría?
A partir de este momento surgió un Siddharta con un yo más profundo, más concentrado; y fue
precisamente en el instante en que el mundo de su alrededor se fundía, cuando se encontró solo
como una estrella en el firmamento, al experimentar frío y desaliento. Siddharta percibía; había sido
el último estremecimiento del despertar, la última contracción del parto. Y de pronto, volvió a
caminar, echó a andar rápidamente, con impaciencia; ya no se dirigía a su casa, ni iba hacia su
padre, ni marchaba hacia atrás.
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Hermann Hesse
Siddharta
SEGUNDA PARTE
KAMALA
A cada paso del camino aprendía Siddharta cosas nuevas, pues el mundo se encontraba
cambiado, y su corazón se solazaba. Veía salir el sol por encima de los montes verdes y lo veía
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