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corta.
-Eso no me hace parecer un gran tipo, ¿verdad?
-Probablemente, en gran parte, la culpa es mía. Pero si quieres saber la verdad, hasta
ahora no has hecho nada que valga la pena. ¿No es cierto?
-Hum... Disko cree... ¿Cuánto calculas que te he costado desde el principio, todo
junto?
Cheyne sonrió.
-No he llevado nunca cuenta de ello, pero en dinero estimo que debe estar más cerca
de los cincuenta mil que de los cuarenta mil dólares. Es posible que llegue a sesenta
mil. La nueva generación cuesta muy cara. Hay que proporcionarle muchas cosas de las
que se cansa en seguida y... es el viejo quien carga con la cuenta.
Harvey silbó asombrado, pero en el fondo de su corazón le gustaba saber que su
educación había costado tanto:
-Todo eso es dinero perdido. ¿No?
-Es capital invertido, Harvey. Espero que sea una buena inversión.
-Suponiendo que sean treinta mil dólares, los treinta que he ganado en esta estación,
serían cerca de unos diez centavos por cada cien. Eso es realmente un bajo rendimiento
-dijo Harvey sacudiendo solemnemente la cabeza.
Cheyne se rió tanto que casi cayó al agua de la pila de fardos donde estaba sentado.
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-Disko ha sacado mucho más de Dan desde que su hijo tenía diez años, y además él
va a la escuela la mitad del año.
-¡Ah! A eso querías llegar.
-No. No quería llegar a ninguna parte. Es que no estoy muy contento conmigo
mismo... Eso es todo... Debían darme un par de azotes.
-Yo no puedo hacer eso, o lo hubiera hecho ya si creyera que habría de servir de algo.
-Entonces, lo recordaría mientras viviera y nunca te lo hubiera perdonado -dijo
Harvey apoyando la mandíbula en los puños.
-Exactamente. Eso es lo que yo quería demostrar. ¿Lo comprendes ahora?
-Lo comprendo. La culpa es mía y de nadie más. De todas maneras, alguien debería
hacer algo.
Cheyne sacó un cigarro, mordió el extremo y empezó a fumar. Padre e hijo se
parecían mucho, aunque la barba ocultaba la mandíbula de Cheyne, Harvey tenía la
nariz ligeramente aguileña de su padre, sus ojos negros muy próximos y sus pómulos
muy salientes. Con un poco de pintura parda hubiera parecido un piel roja pintoresco,
salido de los libros de cuentos.
-Bueno, puedes continuar así de ahora en adelante -dijo Cheyne lentamente- y
costarme entre seis y siete mil dólares anuales hasta que tengas edad de votar. Entonces
ya podemos considerar que eres un hombre. A partir de esa fecha, vivirás a costa mía,
gastando entre cuarenta mil y cincuenta mil dólares, además de lo que te dé tu madre.
Tendrás una ayuda de cámara, un yate y una estancia de fantasía, donde harás como si
te dedicaras a la cría de caballos y jugarás a las cartas con la gente de tu misma clase.
-¿Como Lorry Tuck? -le interrumpió Harvey.
-Sí, o como los dos hijos de De Vitré o el del viejo M'Quade. California está lleno de
ellos, y hablando de eso, ahí se acerca un ejemplo típico del Este.
Un brillante yate a vapor de color negro, con la superestructura de caoba, bitácoras
niqueladas, con toldos de franjas blancas y rosadas entraba en el puerto echando humo.
Llevaba la insignia de algún club de Nueva York. Dos hombres jóvenes, vestidos con lo
que ellos creían que era la vestimenta propia de marineros, jugaban a los naipes cerca
del tragaluz del salón. Un par de mujeres con parasoles rojos y azules los contemplaban
y se reían.
-No me gustaría que la brisa me pillase en ese yate. No tiene manga32 suficiente -dijo
Harvey críticamente, mientras el yate se acercaba lentamente a la boya de anclaje.
-Ellos creen divertirse. Puedo darte eso y el doble si quieres. Harvey, ¿qué te parece?
-¡Por Dios! Eso no es manera de arriar un bote -dijo Harvey, que seguía fijándose en
el yate-. Si yo no supiera soltar un cabo mejor que esa gente, me quedaba en tierra.
¿Qué pasaría si no...?
-¿Si no qué? ¿Si no te quedases en tierra?
-El yate y la estancia y vivir a costa del viejo y meterme detrás de mamá, cuando haya
lío -dijo Harvey, cuyos ojos centelleaban.
-Bueno, en ese caso, ven conmigo, hijo mío.
-¿Por diez dólares al mes? -preguntó Harvey, cuyos ojos seguían brillando.
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Manga: anchura máxima de una embarcación. (N. del E.)
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-Ni un céntimo más, mientras no lo valgas. Tampoco te daré más dinero hasta dentro
de unos años.
-En ese caso, mejor será que empiece cuanto antes, barriendo la oficina. ¿No es así
como se inician los peces gordos? Naturalmente, recibiendo algo ahora...
-Ya lo sé. Todos hemos pensado lo mismo. Pero creo que podemos contratar toda la
gente necesaria para limpiar las oficinas. Cometí el mismo error: empezar demasiado
temprano.
-Un error de treinta millones de dólares vale la pena, ¿no? Correría el riesgo a ese
precio, padre.
-Perdí y gané. Te lo voy a contar.
Cheyne se tiró de la barba y sonrió mientras su mirada vagaba sobre las tranquilas
aguas. Hablaba como si no estuviera allí su hijo, quien comprendió de repente que su
padre le contaba la historia de su vida. Hablaba con voz baja, uniforme, sin gestos y sin
expresión. Era una historia por la que muchos de los grandes periódicos hubieran
pagado muchos dólares, un relato que abarca un lapso de cuarenta años, la historia del
Nuevo Oeste, que todavía no se ha acabado de escribir.
Empezaba con un chiquillo sin familia abandonado en Texas y proseguía
fantásticamente a través de cien cambios y dificultades de su vida, cambiando el
escenario de un estado del Oeste a otro, de ciudades que surgían en un mes y
desaparecían en la próxima estación, de terribles aventuras en los campamentos, que
ahora son municipios con calles cuidadosamente pavimentadas. Aquella vida abarcaba
la construcción de tres líneas de ferrocarril y la destrucción deliberada de una cuarta
línea. Hablaba de vapores, ciudades, bosques, minas y de hombres de todas las razas,
que bajo aquellos cielos tripulaban, creaban, abatían y trabajaban. Relataba
oportunidades de enriquecerse fantásticamente, que aparecían ante ojos que no podían
verlas o que se perdían por cualquier loco accidente del tiempo, a veces a caballo, la
mayoría a pie, rico ahora, pobre mañana, en continuos altibajos, desempeñando todos
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